Los Santos Ángeles Custodios

Autor: Fr. Santiago Cantera Montenegro O.S.B.

El Catecismo Romano publicado por el papa San Pío V a raíz del Sacro Concilio de Trento afirma con claridad:

“Porque la providencia de Dios ha dado a los ángeles la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre para que no reciban daño alguno grave […], nuestro celestial Padre, en este viaje que emprendemos para la celeste Patria, a cada uno de nosotros nos da ángeles para que, fortificados por su poder y auxilio, nos libremos de los lazos furtivamente preparados por nuestros enemigos y rechacemos las terribles acometidas que nos hacen […]” (parte IV, cap. IX, n. 4). Por su parte San Basilio Magno dice: “Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida” (n. 336; cf. Contra Eunomio, 3, 1).


En efecto, los ángeles (al parecer, más bien los de los coros inferiores) son enviados por Dios en ministerio sobre los hombres. Y es de doctrina completamente cierta según la fe que algunos ángeles son destinados para guarda y custodia de los hombres. De hecho, la Iglesia lo confirma en su Liturgia a través de la memoria de los Ángeles Custodios, actualmente celebrada el 2 de octubre. Según doctrina probabilísima y común entre los doctores, todos los hombres −bautizados o no− tienen su correspondiente ángel de la guarda.


Testimonios bíblicos y San Bernardo


La referencia más explícita a los ángeles custodios en la Sagrada Escritura es tal vez la que hizo Nuestro Señor Jesucristo al referirse a los niños (y también a quienes viven la infancia espiritual): “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial” (Mt 18,10). Pero no es la única cita. En el Antiguo Testamento hay muchas que dejan ver con claridad la existencia de los ángeles custodios para personas o para el pueblo de Israel en su conjunto: “He aquí que enviaré mi ángel que vaya delante de ti y te guarde” (Ex 23,20; alguna versión lo expone así: “Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que te he preparado”). Y también: “Mi ángel irá por delante y te llevará a las tierras de los amorreos, hititas…” (Ex 23,23). En algunos Salmos aparecen varias citas muy explícitas: “a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos” (Sal 90/91,11); “el ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen y los protege” (Sal 33/34, 8). O igualmente en textos sapienciales y de otros libros de la Biblia: “si tiene un ángel junto a él, un abogado entre mil, capaz de responder de su honradez, éste pedirá piedad en su favor” (Job 33,23-24).


San Bernardo de Claraval, de quien se ha dicho que “hablaba bíblico” por la soltura con que manejaba los textos de la Sagrada Escritura, tuvo gran devoción a los ángeles custodios. Además de algunas de estas citas, en un Sermón para su fiesta (Sermón XII sobre el Salmo 90) aporta otras con gran naturalidad literaria para el tema y, dirigiéndose a Dios, le dice: “para que no haya nadie en el reino de los cielos desocupado en el cuidado de nosotros, Tú has nombrado a los ángeles benditos para cuidarnos (cf. Heb 1,14): Tú les has encargado de nuestra guarda y les has ordenado que obren como guías nuestros. No es bastante que Tú hagas a estos espíritus tus mensajeros (cf. Sal 103,5), sino que Tú tienes que hacerles también mensajeros de tus pequeños […], tus mensajeros para nosotros y nuestros mensajeros para ti”. El santo abad cisterciense, partiendo sobre todo de la cita del Salmo 90,11-12, se maravilla ante este ministerio angélico, concedido por Dios a favor nuestro; por nuestra parte, no corresponde sino reverencia, gratitud y confianza, y por eso exhorta: “Caminad con circunspección, recordando que los ángeles de Dios os acompañan en todos vuestros caminos, como el Señor les ha ordenado. En todo lugar, público o privado, mostrad respeto por vuestro ángel. ¿No es cierto que no os atreveríais a hacer en su presencia lo que no temeríais hacer en la mía?” Pero nuestra gratitud no la debemos sólo hacia Dios, que nos da los ángeles, sino hacia éstos mismos, “que con tanta caridad obedecen el divino mandato y nos ayudan en un apuro tan grande. […] Devolvámosles amor por amor. Honrémosles todo lo que podamos”, aunque dirigiendo siempre nuestra reverencia y nuestro amor finalmente hacia Dios.


Acción de los ángeles custodios

Santo Tomás de Aquino afirma que a cada uno de los hombres, mientras camina por este mundo, se le da un ángel que le guarde, porque va por un camino lleno de peligros. Pero, cuando haya llegado al término de este camino, ya no tendrá ángel custodio, sino que tendrá en el cielo un ángel que con él reine o en el infierno un demonio que le torture. Por lo tanto, el ángel de la guarda será correinante en el Cielo con el hombre al que ha custodiado en la tierra. Siguiendo también la opinión del Aquinate, a cada hombre custodiado corresponde un ángel distinto, de suerte que ningún ángel se encarga de custodiar a dos o más hombres, pero sí es probable que una persona con especial responsabilidad por su cargo - por ejemplo, el Papa - tenga dos o más ángeles de la guarda (Suma Teológica, I, q. 113, a. 2 c et ad 1).


Santo Tomás y la mayoría de los teólogos de recta doctrina consideran que el ángel de la guarda comienza su función en el momento de su nacimiento y se prolonga hasta su destino final. El Doctor Angélico recoge una frase de San Jerónimo: “grande es la dignidad de las almas, cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia” (Suma Teológica, I, q. 113, a. 2). Y cree que, mientras el niño está en el seno de su madre, es el ángel de ella el que cuida de los dos, pero esto es del todo opinable; bien podría ser, como él mismo pensó en un primer momento, que cada persona reciba de Dios un ángel custodio en el mismo instante de la infusión del alma en el cuerpo (por lo tanto, en su concepción). El alma que pasa por el Purgatorio antes de llegar al Cielo sigue asistida por su ángel para consolarla y animarla y en el Cielo será correinante con ella.


Beneficios de los ángeles custodios sobre nosotros

En su sermón sobre los ángeles custodios, para la fiesta del 2 de Octubre de 2011, San Bernardo recuerda: “Aunque no somos más que pequeñuelos y aunque hay todavía un largo camino delante de nosotros y un camino cercado de innumerables peligros, ¿por qué vamos a tener miedo bajo la protección de unos guardianes tan poderosos? Los que nos guardan en todos los caminos no pueden ser vencidos por ninguna fuerza hostil y no pueden extraviarse ni extraviarnos. Son fieles, prudentes, invencibles”. Ellos nos llevan de la mano como a niños pequeños, sin consentir que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas (cf. 1Cor 10,13). “Por consiguiente, siempre que sintáis el agobio de la tentación violenta, siempre que las aguas de la amarga tribulación amenacen ahogaros, invocad a vuestro guardián, llamad a vuestro guía, gritad a vuestro salvador en los momentos de tribulación (cf. Sal 9,10)” (Sermón XII sobre el Salmo 90).


Podemos enumerar, con el P. Royo Marín, O.P., algunos de los innumerables beneficios de orden espiritual y corporal que los ángeles de la guarda derraman sobre sus custodiados:


* Nos libran y nos defienden constantemente de multitud de males y peligros, tanto del alma como del cuerpo.

* Contienen a los demonios para que no nos hagan todo el daño que quisieran, sino sólo el que Dios permite para mayor bien nuestro.
* Excitan en nuestras almas pensamientos santos y consejos buenos.
* Ofrecen a Dios nuestras oraciones e imploran su auxilio sobre nosotros.
* Iluminan nuestro entendimiento proponiéndole las verdades de modo más fácil a través de la imaginación y de los sentidos internos.
* Nos asisten de una manera particularísima a la hora de la muerte.
* Nos consuelan en el Purgatorio y nos acompañan eternamente en el cielo como ángeles correinantes.

Como al resto de los ángeles buenos y a los santos, a los ángeles custodios o de la guarda se les debe culto de “dulía”, es decir, de veneración. Y además, en esta vida, como exhorta San Bernardo: “haced de los ángeles de Dios vuestros amigos familiares; frecuentad su sociedad mediante el recuerdo constante y la oración ferviente, pues ellos están siempre junto a vosotros para consolaros y protegeros” (Sermón XII sobre el Salmo 90).

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